Dorada decepción

Uno de los de los lugares más extraordinarios, exóticos y fascinantes de todos los que he visitado en mis innumerables viajes es La ciudad de El Dorado, cuya existencia dio origen a una de las más famosas leyendas literarias de todos los tiempos. Una ciudad de fantasía, con formaciones geométricas naturales tan perfectas que parecieran diseñadas por el mejor arquitecto, poseedora de una fauna y flora dignas de la más volátil de las imaginaciones: plantas, flores, arbustos únicos, con una vegetación densa y exuberante, flores perfumadas y frutos extremadamente suculentos. A medida que mi camarógrafo y yo nos adentramos en esta maravillosa expedición, expectantes, lejos de sentirnos cómodos y tranquilos, tenemos una sensación amenazante;  árboles tan inmensos a los que ni siquiera se le ve la copa desde abajo, cascadas con caídas ensordecedoras, incontables sonidos de animales que ni siquiera podemos identificar uno en concreto, vientos que nos abrazan con un calor inimaginable y un ambiente muy poco favorable para realizar este capítulo de mi libro cuyo objetivo es confirmar que tan de oro es la Ciudad Dorada.

 Todo esto era poco al lado de lo que nos encontraríamos unos metros más adelante: una cueva oscura y profunda, adonde nos condujo nuestra insaciable curiosidad y de donde nos sacó corriendo y a gritos un enorme dragón con ojos de fuego que lanzaba lava por su boca. Nos acabábamos de topar con una de las bestias más emblemáticas de la leyenda de El Dorado y desafortunadamente todo ocurrió tan rápido que Salvatore no tuvo chance de sacar su cámara.

Un poco más adelante, doy un paso en falso y por centímetros no me precipité a un vacío que me hubiera conducido irremediablemente a la muerte, de no ser por la rápida y oportuna reacción de Salvatore Cerati, mi camarógrafo, quien no dudó un instante en soltar su preciada cámara y sujetarme de la cintura. Por un breve instante quedamos tan cerca el uno del otro que se generó un sentimiento tan fuerte que se hubiera podido cortar con cuchillo. Salvatore es un chico argentino de 34 años, lleno de ganas de aventurarse a cualquier nueva experiencia que sea iniciativa mía. Me acompaña sin dudar en cada una de mis locuras. Como esta, de visitar este exuberante lugar del que pronto descubriremos algo desconocido que nos dejará decepcionados.

Continuando con nuestra expedición, descubrimos la existencia de unas grandes moscas moradas tan transparentes como el agua y unos escarabajos de amarillo fluorescente con unos grandes cuernos de marfil, lagartos rayados de color rojo intenso que median casi cuatro metros de largo e insectos tan exóticos y llenos de color que parecían flores y que nos obligaron a sentarnos para disfrutar de tan peculiar paisaje. Mientras saboreábamos unas deliciosas cerezas silvestres que recogimos en el camino, en una larga discusión de todo lo que hemos vivido, descubrimos que tenemos en común más de lo que creemos y que nos une, además de la pasión por el trabajo, el sentido de la aventura, el riesgo y la búsqueda de nuevas sensaciones.

Este espacio de reflexión que tuvimos entre tanto agite, nos permitió acercarnos y fundirnos en un largo beso, que espero que se repita. Retomando nuestro objetivo principal, recogimos unas pequeñas muestras de oro de una larga pared decorada con cristales de cuarzo que se suponía era de este precioso metal. Nuestra sorpresa fue mayor cuando al momento de analizar “los trozos de oro” nos dimos cuenta de que no era más que una mezcla de cal y arena que se desvanecía cuando entraba en contacto con el químico especial que llevamos para determinar si en realidad la Ciudad del Dorado, era en efecto, de oro. Nada más alejado de la realidad.

María José Álvarez Valencia 10°B

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