Luciana Araque 10B y Cristóbal Díaz 10D
Lo conocí al dar pasos cortos con rumbo a una muerte fija, con mis piernas temblorosas y mi corazón estrujándose. Mis palabras ya lo habían conocido, así que ni siquiera se dignaron a salir de mi boca para que él no las secuestrase. A medida que me acercaba al borde, sentía algo sobre lo que muchos me advirtieron. Desde pequeño me aconsejaron que no me le acercara, y que, si sentía que se aproximaba, huyera de él. Así lo hice, pues viví siendo un símbolo de valentía para quien escuchara mi nombre, hasta llegar el día en el que decidí, junto a un amigo, explorar un edificio que demolerían en los días posteriores.
En el último piso había un balcón, del que, si se dirigía la mirada hacia abajo, se podía observar una espaciosa piscina. Mi amigo me retó a lanzarme y, como en ese entonces no conocía al ser espantoso, no pude negarme. Posé mis manos sobre una baranda de metal que estaba ya un poco oxidada, para impulsar el resto de mi cuerpo hacia arriba.
Mis pies estaban a escasos centímetros de abandonar el tubo, mis ojos cerrados y mi boca exhalando constantemente para calmarme. Decidido a ejecutar el reto abrí los ojos.
Preparado estaba para cualquier adversidad, menos para la que me habían preparado durante toda mi vida. Me encontré cara a cara con un ser del que logré huir por años; no tenía escapatoria. Al tenerlo frente a mis ojos, mi cuerpo se vio obligado a transpirar más de lo normal, mi piel se tornó rosa y todo mi esqueleto parecía padecer las consecuencias de un poderoso sismo. Era un ser escalofriante, similar a una persona, pero sin cara, pues donde debería estar ésta, en cambio se hallaba un espejo con bordes de cobre. Vestía un traje formal negro, con una corbata roja y zapatos de cuero que hacían juego con el traje. No sé qué era lo que me atemorizaba, pero logró encontrar mis sentimientos más oscuros y amplificarlos como si se tratase de un repetidor.
Mi amigo, quien logró ver al ser dentro de mí, intentó apartarlo con sus brazos, los cuales en vez de hacerle daño simplemente lo atravesaban, dejando una especie de humo negro a su alrededor. Oía como mi amigo me gritaba que lo ignorara, que no me dejara influenciar del ser con cara de espejo. Mientras yo intacto me paraba con la piel de gallina y los ojos llorosos, experimentando una sensación fría como la mañana en invierno, no estaba solo, pero mi amigo no era la única compañía, este ser dentro de mi tenía un objetivo, y aunque no sabía descifrarlo, podía describirlo.
El humo negro aumentaba a nuestro alrededor volviendo el paisaje opaco y oscuro, tenía un olor neutro pero único, que solo se puede describir si lo has olido antes, un estruendoso sonido de alarma alcanzaba mis oídos inquietos y no me dejaba pensar en otra cosa que no fuera quien me acompañaba en ese momento.
Pasaron lo que para mí fueron siglos y aquel amigo que me había retado, estaba desaparecido hace ya algún tiempo, y al ver a mi alrededor, no quedaba nadie que me ayudara a moverme, ya que estaba totalmente pasmado con la mirada abajo y mis sudorosas manos contra la helada baranda.
La noche ya casi acabaría y seguía tumbado contra el vacío, mientras mis brazos delgados temblaban dándome a saber que no aguantarían mucho más en esa posición debido a su poca fuerza, pero en aquel momento yo solo veía mi reflejo en la cara de la criatura que me prohibía seguir con el reto que mi amigo ausente me había impuesto.
Indeciso y sin cordura, levanté mi mirada desde la piscina clara hasta el denso horizonte y con mis ojos llorosos, aguardé por ayuda, sintiéndome débil mientras veía la figura de un valiente hombre desvanecerse y marcharse, pero lo que ese hombre no sabía, es que la única ayuda que necesitaba era la de ese ser que había estado sintiendo en la interminable y oscura noche frente a una caída y agarrado con la fuerza que le quedaba a su cuerpo.