Salomón Orozco Martínez 12°

¿Alguna vez te has preguntado si tienes la capacidad de superar las adversidades más grandes de tu vida? La resiliencia no es simplemente resistir, sino transformar el dolor en fuerza, el desafío en aprendizaje y la adversidad en propósito. Hoy quiero compartirles una historia que, más allá de ser extraordinaria, busca inspirarlos a reconocer esa resiliencia innata que todos poseemos.
Hace unos años, nació un niño que, con solo 8 días de vida, sufrió una bacteria llamada E. coli. Debido a esta bacteria, perdió un riñón, medio dedo, parte de la tibia y el peroné. Estuvo dos semanas en la clínica, hasta que los doctores les comunicaron a sus padres que debían despedirse de él, ya que no iba a sobrevivir. Los padres, con una fe inquebrantable, rezaron y ofrecieron a su hijo a Dios al igual que Abraham ofreció a Isaac. Al rezar, repetían la frase: “Átame fuerte para que yo no me resista”, como Isaac en el momento del sacrificio. Milagrosamente, el niño sobrevivió, y justo como en el Génesis, el ángel llegó a tiempo.
Con el paso de los años, el niño fue creciendo y aprendió a amar sus “heridas de guerra”. Tuvo tres alargamientos óseos, le sacaron un riñón y enfrentó numerosas operaciones. Sin embargo, nada de esto lo alejó de hacer lo que más amaba: jugar fútbol. El primer alargamiento fue físicamente muy doloroso y tomó bastante tiempo. El segundo fue el más sencillo de los tres, y el último se convirtió en el más complejo. Su cuerpo y mente estaban cansados de luchar. Lloraba a diario, pero sin derramar lágrimas, era un llanto interno, sentía un gran vacío. y siempre se preguntaba: “¿Por qué a mí?”.
Este pensamiento continuó creciendo hasta que su padre habló con él y le preguntó: “¿Por qué no a ti?”. Esa noche, se liberó de cada complejo, tristeza y pesar que sentía hacia sí mismo. Su mentalidad cambió por completo. Logró entender que sus cicatrices no son marcas de sufrimiento sino de fortaleza.
Ahora el niño tiene 17 años, está parado frente a ustedes y, desde hace muchos años, la vida se encargó de convertirme en un hombre deportista, amigable, emprendedor, alegre, ambicioso y seguro. ¿Saben por qué salí victorioso de estas luchas? Porque en la vida uno siempre se marca un propósito, el cual va ligado a la resiliencia con la que todos nacemos, pero que pocos logramos ejercer.
Para concluir, quiero decir que en la vida siempre tienes dos opciones: quedarte sentado y simplemente lamentarte por ti mismo, o actuar y mejorar cada día, entendiendo que nada es bueno o malo, sino que tú mentalidad lo hace serlo.
Yo decidí tomar el camino de una vida resiliente hace cuatro años, y gracias a esta decisión, cada día intento ser mi mejor versión, entendiendo que todo pasa, lo bueno y lo malo. Y, por último, entendí que Dios es la mayor muestra de amor propio que existe, porque nos dio la fuerza para levantarnos ante cualquier adversidad.
Hoy los invito a elegir el camino de la resiliencia, a enfrentarse a la vida con valentía, y a descubrir la mejor versión de ustedes mismos.