Sara Vergara Roa 9°AF

Un bosque tan verde que parecía susurrar antiguos secretos, allí vivía una pequeña ardilla llamada Brisa. No era una ardilla común: tenía la habilidad de hablar, y un corazón generoso que la hacía escuchar y comprender a todos. Un día, mientras recolectaba bellotas junto al río, se encontró con Zafir, el Viejo Ciervo, acostado bajo un roble. Su melena, ya casi blanca brillaba al sol, pero sus ojos estaban muy apagados y tristes.
—¿Qué te ocurre abuelo Zafir? —preguntó Brisa, sentándose a su lado.
Zafir suspiró:
—Mi corazón se siente dividido, pequeña. Lleva cicatrices de tantos inviernos solos… de mensajes de auxilio que nadie escuchó, de despedidas que no pude evitar.
Brisa, con voz suave, le respondió:
—A veces creemos que los corazones más “hermosos” deben de estar enteros. Pero la belleza verdadera es en lo que hemos dado y recibido en esas marcas de amor y pérdida.
Zafir la miró perplejo, ella continuó:
—Cada cicatriz tuya habla de una tregua, de un amigo, de un río compartido. Yo también tengo un lado del corazón lleno de curvas, porque amo todo lo que soy.
El ciervo sonrió Con emoción. Curiosa, Brisa posó su diminuto cuerpo sobre el hombro de Zafir y, con un leve temblor, un resplandor dorado se desprendió del corazón del ciervo y envolvió a la ardilla. En ese instante sintieron cómo sus latidos se entrelazaban, compartiendo aquello que les dolía, transformándolo en luz.
—Este es el lado bueno del corazón —susurró Brisa—, aquel que se hace más luminoso cuanto más da.
Zafir bajó la cabeza y le ofreció un trozo de su viejo corazón, brillando con la calidez de tantas historias. Brisa tomó aquel fragmento y lo colocó parte del suyo allí, y aunque no encajaban a la perfección, los bordes brillaban como auroras.
Desde ese día, ambos supieron que, aunque sus corazones llevaban cicatrices, podían crear juntos una vida nueva, de ternura, paz y esperanza.
Y en el bosque, después de ese puente compartido, el eco del latido unido de Brisa y Zafir se convirtió en canto… Un canto que enseñaba que el lado bueno del corazón no es el que está intacto, sino el que late aún más fuerte cuando comparte su herida para sanarse en compañía.
