Juan Andrés Meneses
En el sorprendente Colegio Cumbres de Envigado, la mañana del 14 de diciembre era mágica. Los salones de clase empezaron su obra maestra, estaban decorados con guirnaldas y luces, y el Niño Dios, una hermosa escultura de plástico, era el centro de atención.
Pero este día era diferente, cuando por un momento de broma o chiste que se presentó en mi corazón una chispa de picardía, decidí tomar esa escultura hermosa y esconderlo.
Pasado el día y la noche, la escultura angelical estaba escondida en mi puesto sin esperar que pasara lo que pasó. Uno de los estudiantes más traviesos que existía ese año, tocó a la puerta del salón y le dice a la Miss: “Miss, puedo pasar, necesito hablar con usted”, pero ella sabiendo cómo era él le cerró la puerta. Pasados los segundos, él insiste y la miss con cara de asombro por su insistencia decide abrirle y él le dice: “Necesito hablar con usted urgentemente”.
¡Meneses se robó el Niño Dios!, aunque todo esto ocurría en mi ausencia, yo sin sospechar nada ese día llegué tarde al colegio con mucha tranquilidad.
Pero me encontré con una sorpresa desagradable: el Niño Dios había desaparecido de mi puesto.
La noticia se propagó rápidamente por el colegio. Los estudiantes de 7° grado estaban consternados por lo ocurrido.
¿Quién podría haber cometido un acto tan cruel?
Ese día, una voz gruesa y audible me dice: Señor Meneses, necesitamos hablar con usted, – ¿Por qué lo hiciste?
Mi corazón empezó a latir y por mi angustia ante esa pregunta empezaron a salir lágrimas de mis ojos. Le pregunté: —Pero ¿qué hice? El Míster me dice: —Meneses, ¿por qué rayaste al niño Dios?, y mi extraña reacción ante esta situación fue ¿queeeeeé?, yo no hice eso, sí lo escondí, pero nunca haría algo tan terrible.
Me sentí culpable al tomar el niño Dios sin esperar que algo tan feo llegara a suceder; cuando lo vi rayado y maltratado, en ese momento en mi corazón se presentó una profunda tristeza, porque esa broma terminó en algo que se salió de control.
Después de investigar lo sucedido, el Míster dio con el paradero de quién había rayado y maltratado al niño Dios y le entregó un castigo, obvio a mí también este castigo me tocaría, pero para decir la verdad fue el mejor castigo que pude tener y fue ayudar a los niños de Talens de fútbol, porque gracias a esto pude entregar mi talento a otros.
Este momento antes de la Natividad me recuerda que, aunque seamos traviesos, la magia de la Navidad existe y prometo no volver a hacer cosas que opaquen estas fechas
La honestidad y la integridad son valores fundamentales en nuestra sociedad.