Anónimo

Hay sentimientos que llegan sin avisar y cambian por completo la manera en que se ve la vida. El amor es uno de ellos: aparece sin permiso, llena los días de luz y convierte lo simple en recuerdos para atesorar. Sin embargo, así como ilumina, también puede dejar un vacío: cuando el destino separa lo que el corazón aún desea tener. No existe experiencia más profunda que amar, ni despedida más difícil que soltar a quien todavía se ama.
Dicen que el amor lo puede todo; que vence el tiempo, la distancia y cualquier prueba. No obstante, hay obstáculos que ni siquiera logra cruzar. Tener lejos a quien se quiere cerca, es como abrazar un recuerdo o una esperanza. El dolor de extrañar se vuelve rutina, el tiempo, antes sin importancia, ahora juega en contra, se detiene en la espera y corre cuando por fin llega el reencuentro.
A veces, las personas se encuentran en el momento equivocado o solo para vivir algo intenso pero breve. Puede haber sentimiento, pero no un futuro. Esos amores son mágicos, porque enseñan el valor de entregar el alma sin garantías y de comprender que la verdadera conexión no se mide en la duración, sino en la autenticidad. Decir adiós a alguien que aún se ama es un acto de valentía disfrazado de dolor. Soltar no siempre es rendirse; a veces es amar de lejos y desear la paz del otro, incluso aceptando la ausencia. Es aprender que el valor de las personas queda en lo que nos enseñaron, en esa huellita que dejan en nosotros.
El tiempo, poco a poco, irá sanando. No borra el amor, solo lo transforma. Los recuerdos pierden su peso de nostalgia cuando se convierten en gratitud, y el corazón aprende que cada historia, incluso la que no tuvo un final feliz, deja luz.
Al fin y al cabo, el amor no siempre está hecho para quedarse, pero sí para recordarse como aquello que un día dio sentido a todo. Porque amar, aunque duela, siempre vale la pena.
