Matías Sepúlveda
En una noche tranquila, mientras Eliana observaba las estrellas desde su ventana, un tenue zumbido rompió el silencio. Eliana se asustó porque no estaban sus padres en casa. Al asomarse, descubrió una pequeña y colorida nave espacial, delicadamente iluminada, suspendida en el aire. De la increíble nave descendió un ser de aspecto sereno, con piel de un suave tono verde y ojos profundos que reflejaban la sabiduría de los confines del universo. Se presentó como el interespacial Zog, un viajero interestelar en busca de nuevos conocimientos y conexiones en la Tierra.
Zog compartió con la pequeña Eliana un dispositivo que mostraba visiones de otros mundos, paisajes donde la naturaleza y la tecnología coexistían en perfecta armonía. Juntos, exploraron en silencio los misterios del cosmos, compartiendo un entendimiento profundo sin necesidad de palabras. Antes de partir, Zog le entregó una pequeña semilla de un árbol estelar, diciéndole que, al plantarla, florecería un árbol que le permitiría comunicarse con él más allá de las distancias.
Cuando la nave de Zog se desvaneció en la noche, Eliana sintió una paz interior y una certeza renovada sobre su lugar en el universo. Con cuidado, plantó la semilla en su jardín, sabiendo que un día, cuando el árbol creciera, volvería a sentir la conexión especial con su amigo del espacio, recordándole que el universo es vasto, pero las verdaderas conexiones no conocen fronteras.
Matías