Juan José Manzanera Ordóñez 10°B
Habían pasado ya siete años desde la muerte de sus padres. Esa oscura noche del sábado 27 de septiembre de 2014 cuando habían sido asaltados en la puerta de su casa para sacarles el reloj de oro Azteca que fue creado por los españoles en su descubrimiento del nuevo continente, el cual desapareció después de ese día. No había rastros del asesino. Ni huellas, ni pisadas; es como si jamás hubiera estado ahí. Las heridas en el cuerpo de sus padres mostraban un arma de filo, pero eran muy grandes para ser de cuchillo. Además, se encontraron diversas contusiones cerebrales causadas por golpes. En Madrid, no había noticias actuales de un asesino que estuviera suelto o que fuera un peligro público, lo cual hacía aún más extraño el asesinato de sus padres.
Ben se levantaba cada mañana pensando en ello y la idea de que ellos no estuvieran ahí aún lo atormentaba. Esa noche, él los había dejado una hora antes de que fueran asaltados y se siente culpable por no haber estado con ellos cuando realmente lo necesitaron. Quería respuestas. Era imposible que después de siete años de investigación, el asesinato de sus padres siguiere impune. Debía encontrar al responsable de ello, hacerlo pagar y recuperar el reloj en honor a sus padres. Parecía una tarea imposible.
Una mañana de invierno, Ben se levantó, preparó su desayuno y se sentó a mirar por la ventana. Nevaba desde hacía dos días y las calles estaban tan blancas como las nubes. De repente, vio un hombre acercarse a su buzón, el cual depositó un papel. El hombre estaba muy descubierto para el frio que hacía. A Ben le dio curiosidad y decidió bajar a revisar. Cuando abrió el buzón, encontró el papel que el hombre había depositado. En él había una foto de sus padres con el reloj en medio de la selva amazónica con una fecha que marcaba 1978 y por detrás decía “Tenochtitlan”. Un sudor frio corrió por su espalda y rápidamente se emprendió a buscar el hombre que le había dejado la carta, pero además de las suyas, no había más pisadas en la nieve.
Viajó hasta México a averiguar de dónde prevenía la misteriosa carta. Ya estando en Tenochtitlan, la capital del imperio Azteca notó algo extraño. Cuando había estado allí con sus padres de niño, no estaba la exposición de oro que encontró oculta entre la maleza. Bajó las escaleras para ver que había allí y se encontró solo en una exposición subterránea. Allí estaban expuestos diversos artefactos del antiguo imperio; cuchillos, calendarios, jarrones y espadas, todo hecho de oro. Al final del pasillo húmedo y oscuro estaba el reloj de sus padres, pero es como si hubiera estado ahí hace tiempo. Estaba lleno de polvo y cubierto en telarañas. Cuando fue a recuperarlo, la escalera por donde había bajado de derrumbó, dejándolo atrapado en la bodega.
Trató con todas sus fuerzas de mover la piedra que trancaba la salida, pero estaba muy pesada para él. Cuando se volvió a mirar el reloj, este ya no estaba. De repente se abrió una compuerta de piedra detrás de la exhibición. Allí había un cuarto lleno de tesoros todos hechos de oro y un gran espacio en el centro como un escenario. En el suelo de este, había símbolos aztecas que formaban un gran calendario y se mostraba una marca en la fecha del asesinato de sus padres. Ben quedó aterrorizado al ver esta marca y al lado, estaba el mapa de la calle donde vivían sus padres junto con una mesa en donde había fotos de ellos junto con mucha de su información. Ben salió del cuarto tan rápido como pudo e intentó nuevamente mover la gran roca que tapaba la salida, de pronto, sintió una briza que le susurraba al oído, “Recuperaremos nuestro tesoro…” luego, de un momento a otro, la roca se movió sola y pudo escapar.
Desde ese día, jamás volvió a México, ni tampoco trató de recuperar el reloj porque sabía, que iba a terminar como sus padres o peor, además, que este le pertenecía a los espíritus de los aztecas que habían muerto en la conquista española y trataban de recuperar su tesoro perdido.
Fin.