María Alejandra Grisales Villa
En el año 2027, en una escuela lúgubre alejada de la ciudad, se encontraban todos los niños que habían nacido dentro de una cuna de oro. Tal vez, en los tiempos de antaño el bullying y la depresión eran temas que ni estaban escritos, pero, en la actualidad, son tan recurrentes que ya eran parte de una rutina diaria. Cloe, una chica fuerte, ágil e independiente, de cabello castaño y ojos azules como el cielo, tenía muchas oportunidades para ser una gran basquetbolista, pero un desafortunado accidente podría haberle cambiado la vida entera.
Era una mañana como cualquier otra, me levantaba con mucha desidia y fui directa a mi espejo, con tres lágrimas cayendo por mis mejillas y los puños apretados miraba la luz diáfana que pasaba por mi ventana y a la vez mi reflejo en el espejo. Al llegar a la escuela, mi madre, que estaba detrás de mí, empujaba mi silla de ruedas hasta llegar a mi salón de clases, siempre se despedía con un beso en la coronilla y un “Buena suerte, hija”, sabía que lo decía con buenas intenciones, pero ya nada me podría animar, ya que mi esfuerzo y mi corazón se habían ido esa noche. Todos me miraban con cara de rechazo, burla y lástima, pasaba por el lado y los miraba de soslayo, ya sabía que hablaban de mí, aunque me hacía la fuerte, sus críticas seguían afectándome por dentro. Ya estaba preparada para otro día de clases, hasta que…
-“No, no podía ser”, me repetía a mí misma una y otra vez, pero lo vi mejor y lo pude reconocer de inmediato, Jake Bass, mi antiguo mejor amigo y mi primer amor, él era la descripción de un hombre perfecto: alto, deportista, fornido, con ojos azules y una sonrisa que te dejaba hipnotizado de solo verla, podría quedarme días diciendo lo maravilloso que es, pero, tenía que volver a la realidad. Al pasar por mi lado, no pude evitar fijarme en su chaqueta, era la misma que utilizaba el capitán del equipo de básquetbol del colegio, me puse nostálgica al recordar las tardes enteras jugando básquetbol en el patio de su casa, son los mejores recuerdos que tengo de mi infancia, al pensar en esto, recordé la razón por la cual no podía hacer lo que me apasionaba, sentí un ligero pinchazo en mi corazón, ya que, ¿cómo podría jugar si no podía mover mis piernas?, aunque tenía que buscar la forma de estar con él, ya lo había perdido una vez, no lo podía hacer dos veces, así que, tenía que entrar al equipo fuera como fuera.
Al terminar las clases, me fui directa a la cancha, ya estaban comenzando a entrenar, aún recordaba la euforia antes de un partido, el sonido de los zapatos rechinando, mezclado con los gritos de las personas en la tribuna, y… “Cloe”, me llamó el entrenador, todos me estaban observando, incluso Jake, aunque ya sabía que eso iba a ocurrir, me había vuelto muy notable al estar sentada en una silla de ruedas, le conté mi propuesta al entrenador Nate, pareció sopesarlo un buen rato, hasta que su respuesta definitiva fue “No”, entre risas y burlas por parte de mis compañeros, vi como mis sueños se iban acabando, sin darme cuenta, me terminé chocando con Jake, trataba de impresionarlo y, en menos de un día ya había fracasado.
Traté de huir de esa vergonzosa situación, pero, él detuvo mi camino y me dijo: “Nos vemos aquí a las 5:00 p.m.”, quedé realmente estupefacta, era la primera vez que me hablaba desde que teníamos 12 años (ahora tenemos 16) y, nunca pensé que cinco palabras podrían afectar tanto mi sistema nervioso, no dude ni un segundo en esperarlo, igual, no tenía mucho más que hacer. Cuando finalmente el reloj marcó las 5:00 p.m. él estaba esperándome, me regaló una de sus deslumbrantes sonrisas y, después de escuchar su plan con atención, me di cuenta de que había tomado la decisión correcta al haberme quedado. Nunca habría pensado en entrar en los Paralímpicos, es una de las mejores propuestas que me habían hecho en mi vida, así que, desde ese día, él sería mi entrenador, nos les voy a mentir, me emocionaba la idea.
Los entrenamientos eran fantásticos, él me hacía reír y realmente sentía que cada día iba progresando, además de eso, nos fuimos reconectando y mi amor por él se iba agrandando, hasta que… nunca pensé que él podría ser el causante principal de todos mis problemas, encontré en su maleta una multa de tránsito, casualmente, era el mismo carro que había chocado con el de mis padres y había ocasionado que perdiera la movilidad en mis piernas, mis ojos se iban descosiendo a cada minuto que pasaba y me comencé a exasperar de manera preocupante, solo se había acercado a mí por remordimiento, no había ningún otro sentimiento involucrado además de la culpa. Con el paso de los días decidí perdonarlo, ya que, él me había quitado una de las cosas más valiosas de mi vida, el básquetbol, pero me la había regresado, así que, solo puedo decir, mi corazón no tiene dueño, pero mi mente ya está en el juego.