Hecho de cordura, derivado de la poliamida. De un tamaño de por los menos un metro setenta. De un color rojo desgastado y con velcro reposado en los bolsillos, para asegurar el desgobierno de cosas que desbordaban aquella mochila vetusta a sus ojos, su mejor amiga dentro de su plúrima familia. Él, el menor de 19 hijos, la oveja negra de la familia, siempre desencajando de las celdas de la compostura, y saliéndose del ritmo habitual. Casi nunca salía de casa, pero imaginaba con algún día viajar de mochilero por el mundo, dejando salir todo de él en aquel recorrido soñado.
Finalmente, la oportunidad de irse de mochilero tocó a las puertas de su vida. Llevaba ahorrando mucho tiempo, y su dromomanía acumulada pedía a gritos salir de aquellas cuatro paredes. Así que el 12 de diciembre de 2019 emprendió tan esperado viaje. Tomó su mochila, empacó todo lo necesario y sin planes ni organización alguna, partió a la expectativa de un rumbo desconocido. Después de imaginar ese viaje tantas veces a lo largo de su vida, era casi imposible que no tuviera planeado ya el destino al que quería ir en primer lugar, de ahí en adelante no había pensado en transporte, alimentación, estadía, ni ninguna otra cosa que pudiese presentarse a la hora de viajar. Caminó hacia la estación de bus más cercana y compró un tiquete rumbo a Wuhan, China, que quedaba a 4 horas y media de donde él estaba; Shanghái. El bus en el que viajaría saldría en 20 minutos, que se sintieron como 20 segundos; estaba tan inmerso en adrenalina, que perdió la noción del tiempo. Al subirse al bus, tomó asiento y se dispuso a mirar por la ventana, y se permitió a sí mismo disfrutar de los paisajes. Durante el viaje cabeceó varias veces, pero mantuvo el constante movimiento de su pie izquierdo como muestra de su ansiedad. Durante ese tiempo pudo notar, cómo el conductor lo miraba en repetidas ocasiones con una expresión de extrañeza dibujada en su rostro, sin embargo, no le dio mucha importancia. Se bajó del bus, con su mochila colgada a los hombros, y al poner el primer pie en el piso, sintió como un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se espantó por tan particular sensación. Pero un edificio alto, y luminoso, captó su atención, desviando su sentimiento de incomodidad.
Comenzó a caminar por en medio de la gente y notó como niños y adultos, tomaban distancia de él, algunos incluso se cambiaron de calle, y en su mayoría se tapaban la boca y lo miraban con una expresión que se confundía entre temor y asco, algunos un poco más ignorantes y confiados, pasaban desapercibidos cerca de él, sin notar esa singularidad que todo el resto sí. Se sintió tan observado como un paquidermo en un zoológico local, y en repetidas ocasiones se revisaba para buscar qué de raro tenía. Analizaba su reflejo en los vidrios de las tiendas por donde pasaba una y otra vez, buscando encontrar cuál era su aspecto llamativo, o por qué la gente recurría a guardar distancia, se olió el aliento por lo menos unas 5 veces e intentaba captar algún olor fuera de lo común, pero lo único que olía era el fuerte aroma a petricor proveniente da las calles mojadas por la lluvia, y de vez en cuando a uno que otro restaurante que cruzaba. Después de pasar más que suficiente tiempo intentando descifrar aquel misterio, concluyó que era solo su imaginación, por su salud mental.
Caminó hacia la zona hotelera de Wuhan, y vio un hotel que parecía ser muy bueno y estar dentro de su presupuesto. Al entrar al hotel, la recepcionista tuvo la reacción inmediata de cubrir su boca y agacharse bajo su escritorio, utilizándolo como barrera para mantener la distancia. Él, ya muy frustrado frente a tal situación, decidió salir del hotel, y echarse a dormir en el piso, recostado en un bote de basura verde que, en medio del sueño y la desesperación, le pareció muy acogedor. Allí pasó la noche, se despertó con el estómago vació y dolor de espalda, por la que había sido su cama durante la noche. Pero no había nada que pudiera hacer, ya que a donde sea que fuera, sería visto y tratado como un bicho. Siempre que imaginaba cómo sería el viaje, imaginaba que tendría miles y miles de obstáculos a la hora de encontrar hotel, o transporte, o por falta de dinero, pero nunca imaginó que lo que estaba pasando podría pasarle, pues ¿a quién se le pasaría una situación así por la cabeza? Después de darle vueltas al asunto por un largo tiempo, se dispuso a averiguar el porqué de esta marginación generada por esta sociedad insensata. Se puso de pie, y con las manos empuñadas y su mochila en hombros, comenzó a caminar con pasos firmes y sonoros en dirección al deseo de calmar su incertidumbre. Al llegar a un parque concurrido, no muy lejano del bote de basura decidió acercarse a la gente y comenzó a gritar de manera desesperada, preguntando, ¿por qué se alejan de mí?, en medio de la muchedumbre que se alejaba de él al verlo.
Sin mucho éxito, ni respuesta alguna, con el estómago vacío, un terrible dolor de espalda, y un sinfín de sentimientos encontrados, se sintió mareado, y creía que alucinaba, así que perdió el juicio, y en medio de su desesperación, ni paró en preguntarse si lo que haría sería correcto, pero su mejor idea fue lanzarse hacia la multitud, y empezar a tocarlos a todos, para entender. Las personas empezaron a correr de él, y se escuchaban alaridos en todas partes. Él, sin darle importancia alguna, y en medio de su locura, seguía tocando y tocando a la gente. Al principio no lo notó, pero después de haber tocado al menos a unos 8, se dio cuenta de que, al tocarlos, algunos comenzaban a hervir en fiebre, otros se caían al piso del cansancio, se tocaban la cabeza en muestra de su sentimiento de inmenso dolor, y se escuchaba una constante tos seca al unísono. Esto lo confundió todavía más, pero se había convertido en una bestia indómita, corrió por todo el parque hasta que tocó a todos. Él se calmó después de todo y se sentó en una fuente en medio del parque, admirando todo el desastre que había causado, se sentó con la respiración muy agitada, y comenzó a analizar todo el escenario. Pocos, pero algunos, no sintieron nada después de ser tocados, y siguieron caminando, pero él veía como esas personas entraban a restaurantes y tiendas, causando el mismo desbarajuste que él causó en el parque.
Se preguntaba si sería alguna especie de don o súper poder, y sobre qué debería hacer con él. Creía que lo mejor sería encerrarse y no esparcir más aquella cadena de síntomas que desconocía, no sabía si esto era bueno o no para las personas, pero por la forma en la que reaccionaban, parecía que estaban sufriendo. De todas formas, en toda su vida, nada nunca se había basado en él, nunca había sido el centro de atención por algo, y el ego le brilló por dentro, la sensación de alivio que sintió al tocarlos a todos es inexplicable, así que sin preocuparse por lo que los otros pudieran sentir, y exaltando por primera vez en su vida su felicidad por encima de la de los otros. Recorrió así todo Wuhan, dejando a más de 2’214,861personas, bajo su “poder”, como él lo llamaba. Todo este desastre ocurrió durante el mes de diciembre. Cuando vio que no había más por arruinar en Wuhan y que no debía preocuparse por los lugares faltantes en Asia, ya que los mismos habitantes de Wuhan, se encargarían de esparcir su legado, decidió visitar como segundo lugar en su viaje de mochilero, Europa. Lo tomó por descarte, ya que pretendía visitar por lo menos una parte de cada continente, y así durante los primeros meses del 2020 recorrió todo el mundo, repitiendo cada vez, las acciones que tomó en aquel parque de Wuhan, y así pobló el mundo con coronavirus.
Salma Camargo 10ºC