Sofía tenía 18 años. Ella con sus pies en el techo de un rascacielos bajó su cabeza y vio la ciudad brillando en la oscuridad.
El rascacielos era plateado, inmenso y hermoso a la vista del atardecer que estaba ante ella; desde esa altura podía apreciar la belleza de la ciudad, las calles extensas por las cuales autos lujosos paseaban, el lugar exacto en donde el rabioso mar empezaba y seguía su camino hasta que se perdía ante sus ojos, las luces de los bares y discotecas en las cuales se adentraba personas sedientas de pasar un buen rato. Pero lo que en verdad le importaba era como dentro del rascacielos había personas poderosas, tomando cócteles y charlando tontamente los unos con los otros, mansiones oscuras, diamantes, atuendos elegantes y alimentos finos, en pocas palabras, todo lo que ella siempre había deseado.
Viendo todo esto, ella suavemente se inclinó contra la barandilla y se dejó caer, sentía como si estuviera volando, pero la verdad era que solo caía. Gracias a la extensa altura del rascacielos, las calles de la ciudad estaban demasiado lejos, lo que la dejaba con la duda de cuanto le tardaría llegar al suelo. A medida que caía pasaba al lado de balcones donde se encontraban multitudes charlando y opacando la música de fondo, algunas desviaban su mirada y veían cómo caía. Vuelos como este – la mayoría hechos por mujeres – no eran muy extraños en el rascacielos y les interesaba a las personas que habitaban dentro de él, esta era una de las razones por lo que esos apartamentos eran de tan alto precio.
El sol no se había ocultado por completo y hacía lo mejor que podía para iluminar las simples vestimentas de Sofía, traía puesto un vestido rojo de verano que había comprado en un estante cerca de donde vivía, aunque no fuera la prenda más simpática la hermosa esfera de luz que se escondía por el occidente lo exaltaba y lo hacía ver bello desde los balcones en donde los habitantes de este gran edificio se asomaban.
A medida que caía, manos delicadas como la seda le ofrecían flores y cócteles, “Señorita: ¿Le gustaría una bebida?”¿Quisieras pasar un rato?”; “no… muchas gracias, estoy apresurada” decía ella, ¿a dónde vas de todos modos? le preguntaban; “preferiría no decirlo” respondía mientras agitaba su mano en forma de despedida y reía. Mientras continuaba, seguían los ofrecimientos, pero, aunque quería no podía hacerlo, solo les daba una profunda mirada y sonreía como agradecimiento por haberla notado.
Todos en los balcones hablaban de ella, algunos opinaban que su aspecto tenía lindas características mientras que otros pensaban que eran comunes, pero tan solo se sentía emocionada al saber que estaban hablando de ella. “Tienes toda tu vida delante tuyo. ¿Porque estas tan apresurada?, pasa con nosotros un rato, es tan solo una fiesta entre amigos”, quiso responder, pero la gravedad la atrajo al siguiente piso antes de que pudiera hacerlo; sin darse cuenta estaba mucho más abajo de lo que creía, pero aun así la distancia que había entre ella y el suelo era enorme.
El sol ya se había escondido, ya no le otorgaba ese brillo y belleza a su aspecto, pero no le dio mucha importancia. En los apartamentos por los que pasaba había personas despreocupadas y un poco mayores que ella, parecían cansados, pero aun así algunos corrían a preguntarle…”¿Quién eres?” “¿A dónde vas?” Aunque no parecían muy ansiosos en saber las respuestas; “No puedo parar, me esperan abajo” respondió en una voz dulce acompañada de risas, ya no se sentía igual que antes.
Llegó la noche y Sofía empezó a sentir como la temperatura bajaba despiadadamente, agachó su cabeza y pudo ver un gran edificio iluminado, había carros muy elegantes de color negro y hombres y mujeres inquietos por entrar en este, todo lucía muy pequeño, pero Sofía lo sentía cerca. Si escuchaba atentamente podía oír las risas y la música que venían de allí, estaban dando una gran fiesta, una como con la que había soñado desde niña, pero… ¿Llegaré a tiempo? Se preguntó. Preocupada alzó su cabeza un poco y notó que una mujer estaba a unos pocos metros de ella, esta era obviamente más hermosa que Sofía y por razones que no pudo comprender empezó a caer más rápido y en instantes pasó a su lado dejándola atrás, no había duda de que ella llegaría antes a la fiesta, miró a su alrededor y se dio cuenta de no eran las únicas, numerosas mujeres caían también.
Había empezado muy segura su vuelo, pero ahora temblaba, podría ser el frío, pero el miedo también se apoderaba de ella. Parecía ser muy tarde en la noche, el rascacielos había perdido su vida, las oficinas estaban oscuras y ya no había jóvenes en los balcones extendiendo sus manos ni ofreciendo a Sofía pasar, “¿Qué hora era?”. El edificio de abajo se veía cada vez más bello, estaba más cerca y podía apreciar sus detalles arquitectónicos y su imponente entrada, pero el bullicio que antes se oía, se había perdido, ahora veía a las personas alejándose ya cansadas y las luces se estaban apagando; su corazón se encogía, miró hacia arriba y vio la oscura punta del rascacielos, los apartamentos ya estaban casi completamente apagados y por la cima del edificio se extendía el primer rayo del amanecer.
En el receso para desayunar, en el piso 26, había un hombre de unos cuarenta años tomando su café matutino y leyendo el periódico mientras su esposa ordenaba la habitación, una sombra pasó de repente por su ventana, “¡Luis!” gritó la esposa, “¿Viste eso? Pasó una mujer”;”¿Quién será?” dijo sin levantar la vista del periódico ” Una anciana” respondió ella, “Parecía asustada”, “Siempre es así” murmuró el hombre, “En los pisos bajos sólo puedes ver ancianas, pero del piso 100 hacia arriba se ven jóvenes hermosas. Esos apartamentos no cuestan tanto por nada” dijo el hombre un poco irritado. “Al menos acá se oye el sonido sordo cuando alcanzan el suelo” resaltó la esposa resignada. “Esta vez ni siquiera eso” dijo él, sacudiendo la cabeza después de haber quedado atento a algún sonido por unos minutos. Luego tomó otro sorbo de café.
Por: Luciana Araque Uribe 8°A