“Quiero vivir sin miedo”, esa fue mi respuesta ante la constante incertidumbre del futuro, la común pregunta que suelen hacer a todos los jóvenes como si el no saber qué será de nosotros el día de mañana fuera un pecado, cuando al cuestionar a qué queremos dedicar nuestra vida llegan todos listos con afirmaciones aprendidas, esperando que como otro más del montón caigamos en la banalidad de actuar como nuestros predecesores. Pero cuando la mayor limitación que tienes no es física o socialmente aceptada como una excusa válida para ir por otro camino o simplemente temer a avanzar, es tan difícil hacer frente a la avalancha de opiniones que te quieren controlar. “Solo supéralo” “No tengas miedo” “Eso no debería asustarte” lo he escuchado todo, lo he intentado todo también, pero cuando estás paralizado en los terrores que te acechan, una frase como “sé valiente” nunca ayudará a sentirte como tal.
Todo comenzó el día de mi sexto cumpleaños, debía ser un gran día, tenía una torta enorme y estaba vestida como la princesa de mis sueños… Aun así no podría haber sido más alejado a mi cumpleaños ideal. “¡Abbie! ¡Abbie! Es mi cumpleaños, ¡levántate!” Como era mi día, despertar temprano para estar lista a la hora de mi fiesta era muy importante para mí, desde pequeña Abbie solía peinarme y ayudarme a escoger qué usar para parecer una princesa… Era mi estilista personal. “Anne, son las seis de la mañana, vuelve más tarde” Como todas las veces que corría a despertarla apenas salía el sol, que me pidiera más tiempo era común, normal incluso. “Pero Abbie, hoy es mi cumpleaños y tienes que convertirme en una princesa” Después de insistir un rato más, conseguí que despertara, me peinó y fuimos a despertar a mis padres para celebrar mi cumpleaños y comer el pastel.
Estaban cantando mi cumpleaños, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, de un momento a otro ya no estábamos felices, había fuego, mucho fuego. Recuerdo el calor, como ardía mi piel y el aire se hacía más pesado. Escuchaba un llanto, muchos gritos, me jalaban de un brazo e insistían con huir de aquel lugar. Veía todo como una reproducción, no como algo que estuviera viviendo. No recuerdo qué pasó después, es como un lienzo en blanco en mi memoria, lleno de sensaciones y la ausencia de imágenes. Fue el momento perfecto, la base ideal. Ahí comenzaron mis pesadillas, fui a terapia, insistían en que debía recordar, todos me dijeron que las pesadillas eran la forma en que mi cerebro buscaba respuestas, como intentando pintar ese lienzo de sensaciones con memorias fabricadas. Pero yo no quiero recordar, me asusta tanto como la idea de olvidar. De ahí nacen todos mis miedos.
Alrededor de los nueve años mi miedo a la oscuridad se sobrepuso a las ilusiones de la infancia, el miedo a la asfixia me impedía estar en un lugar sin la leve paranoia de que algo terrible iba a pasar, la incomodidad del calor arruinaba mis veranos, y así poco a poco, cada año con algo nuevo me volví esclava de mis miedos. Entonces sí, no sueño con actuar, ni espero viajar por todo el mundo. No quiero ser doctora o acabar con la pobreza del mundo, yo solo quiero estar mejor. Sueño con viajar en el tiempo para cambiar el pasado, sueño con ser más valiente y tener una noche en la que las pesadillas me dejen en paz, sueño con la idea de que por primera vez mis miedos respondan a mí, no yo a ellos. Solo una cosa necesito. Solo una cosa quiero…
Quiero vivir sin miedo.
Catalina Londoño 10ºD