Emilio Pulido 9°BM
Era un joven exasperado, ansioso y depresivo; toda una ignominia para mi familia.
En general, no habíamos sido los más exitosos. Sin embargo, nunca nos había faltado nada y mucho menos nos habíamos limitado de darnos nuestros pequeños gustos y placeres.
En el colegio, mis compañeros me insultaban y me tomaban como un chiste. No me ejercitaba, ni me alimentaba de forma correcta. No dormía adecuadamente, lo que me llevaba a tener unas pésimas notas. En resumen, no estaba conforme con mi vida y deseaba un futuro envidiable.
La procrastinación me dominaba y me cohibía de cualquier acto de productividad, hasta que llegó aquel día que lo cambiaría todo… El 7 de agosto del 2023, mientras todos dormían decidí subir al ático de mi casa alrededor de las 11: 00 p. m. para continuar viendo mi celular, aun sabiendo que al día siguiente tendría que madrugar para ir a estudiar, descuidando de esta forma completamente mi higiene del sueño.
Cuando procedí a recostarme en el polvoriento piso hubo algo que incomodó mi espalda y llamó mi atención; al mirar me percaté que era una escultura en forma de mano y para divertirme un rato decidí jugar con ella. Entre las muchas interacciones hubo un apretón de manos y rápidamente desaparecí. De inmediato me desperté asustado, pues no sabía si lo que había pasado era producto de mi imaginación o una alucinación por la falta de sueño. Sin embargo, aquel lugar era diferente, estaba en una recámara muy amplia, muy iluminada y de un color blanco intenso.
En aquel momento, me percaté que le estaba estrechando la mano a un hombre muy guapo, con un físico atlético. A simple vista se notaba que era un hombre muy sano y que su prioridad era su cuidado personal y su salud.
—Joven —me dijo el hombre misterioso—. Es triste ver como a través de las generaciones y después de todo lo que trabajé, este sea el resultado… que en vez de mejorar nuestro linaje este empeore. Me entristece y desilusiona completamente.
—¿Por casualidad es eso un insulto para mí? —le respondí mirándole extrañado.
—Es solo un sentimiento que debía expresar. Tal vez no me conozcas, pero yo fui un multimillonario reconocido, una persona de éxito y de bien con una vida envidiable. ¡Tan sólo mira mi cuerpo! Es el reflejo de mi mente y mi alma. Ahora mírate a ti: descuidado mental, espiritual y físicamente. Nunca me hubiese imaginado que mi bisnieto terminara así.
—¿Bisnieto? ¿Yo? ¡Eres un mentiroso! —respondí crispadamente.
—¡Wow! Y aparte de todo ignorante. ¿Por qué razón dices que soy un mentiroso? —me respondió.
—Si yo “soy” el bisnieto de un multimillonario, ¿entonces por qué no es multimillonaria mi familia? —le dije mientras le miraba de soslayo.
—Porque tu abuelo fue un irresponsable.
—¿A qué te refieres?
—Te contaré la historia… Después de que mi esposa y yo muriéramos en un accidente aéreo, tu abuelo no hizo más que derrochar el dinero que heredó y perder las propiedades que teníamos y a pesar de que sus amigos le aconsejaban que lo mejor fuese aprender de Finanzas para tener una buena administración, él decidió no hacer caso y siguió gastando y gastando. Lo perdió todo en un año. Derrochó toda nuestra fortuna, aprendió a las malas y ahora veo que tú eres 10 veces peor que tu padre, 100 veces peor que tu abuelo y 1.000 veces peor que tu bisabuelo. Te hace falta autodisciplina y amor propio.
—¡Wow! ¡Esto es increíble! —le dije.
—¿Te parece increíble que tu abuelo haya perdido todo el trabajo de mi vida?
—No, lo que me parece increíble es pensar que, así como un pariente mío pudo salir adelante a pesar de todas las dificultades que había en esos tiempos, yo también lo puedo hacer, ¡y más aún con la satisfacción de saber que hoy en día lo tenemos todo, incluyendo el entretenimiento al alcance de nuestras manos!
—Gracias —añadió el viejo hombre—. Pero para ser exitoso no sólo requieres disciplina, sino que también hay otros tres hábitos fundamentales que debes aplicar y uniéndolos tendrás la capacidad de tener una vida deseada: el primero es la inteligencia no sólo intelectual, sino también emocional y el segundo es la constancia. Y el último sería…
—¡La disciplina!
—Así es —respondió—. Ahora que tienes toda esta información, ve y aplícala en tu vida y recuerda que: “si tú no lo haces, nadie más lo hará por ti, y que la mejor inversión que puedes hacer es en ti mismo”.
Allí concluyó mi plática con mi bisabuelo y desperté nuevamente en el ático. Rápidamente me dirigí a mi habitación para acostarme a dormir, pues no quería continuar descuidando mi higiene del sueño.
Al día siguiente decidí empezar a autoexigirme y aunque la procrastinación me tendía más de una trampa, siempre terminaba recordando que, “la mejor inversión que puedes hacer es en ti mismo”. Desde ese momento empecé a tomar cuidado de mi piel, mis dientes y mi cuerpo. Mejoré mi atención en clase. Perfeccioné indudablemente mis notas y mi aspecto, ¡era más atractivo y guapo que nunca y la gente me respetaba y depositaba más atención en mí! ¿En mí? ¡Imposible, esto es fantástico! En un par de meses, he pasado de ser de las personas más desidias y galbaneras a ser un estudiante de élite; con las mejores notas, sin dejar mi vida social de lado; fui más social que nunca, ¡y conseguí muchos amigos! Era invitado a fiestas, salía con mis amigos e invitado a viajes. ¡Una experiencia increíble!
Con el pasar del tiempo, mi vida se hizo muchísimo mejor, pero recordaba que siempre había más por mejorar y que no debía limitarme a seguir perfeccionándome a mí mismo. El amor propio que tenía yo adentro, empecé a esparcirlo por el mundo y a las demás personas. Más tarde me gradué del colegio y lo hice con honores. Cuando fui a recibir mi codiciado diploma, todos mis compañeros me aplaudían, chiflaban y celebraban mis éxitos junto a mí.
Ha sido la mejor inversión de tiempo, dinero y esfuerzo, y finalmente estaba feliz con mi vida. Mis padres estaban orgullosos de mí, y me di cuenta de que retorné el éxito a mi familia.
FIN