Miguel Calle Romero, Juan Pablo Romero Niño, Nicolás Saldarriaga Valencia 10°B
Aquel día estaba yo con doña María, mi suegrita, en Bogotá. Estaba lejos de casa, porque compraba el cuido pa’ el ganado, y estaba también en La Feria de la papa, una no muy conocida, que se celebraba ese año con personas de muchas partes del continente, por esa conferencia que se llevó a cabo. Luego, al medio día, se oyeron unos disparos por la Plaza de Bolívar. La muerte del Caudillo del Pueblo se anunció esa tarde por la prensa. Esos godos nos llamaban comunistas y saqueadores, asesinos y ladrones. ¡Eran traicioneros! La capital estaba en caos, entonces me devolví a los Llanos. Hablé con Juan, un amigo conocido, y me dijo que teníamos que vengar al que sacaría al país de ese régimen del godo de Ospina Pérez.
Uno trabajaba todo el día, desyerbando cementeras, arriando ganado y cuidando cultivos. Yo vivía en La Alameda, mi terrenito en los Llanos. Mi madre, Gilberta de la Rosa, y mi padre estaban en el pueblo, y me decían que debía hacer algo pa’ vengar al Líder Liberal. Uno nacía así, liberal o conservador, y uno amaba a su partido. Eran tiempos difíciles, porque todo era una pelea en todas partes. Cuando le conté a don Ignacio lo de Gaitán, ese hombre lloraba y lloraba. Un día, cuando fui al pueblo a comprar leche y pan, la radio decía que, en varias ciudades se habían formado revueltas violentas.
Los meses pasaron, y un día vinieron a reclutarme a mí y a un familiar de parte de mi bisabuela Marulanda los más duros del Llano. Dijeron que nos íbamos a pelear junto a ellos. Que miedo, nunca nos enseñaron a matar a nadie ni a que nos balearan. Entonces fuimos con ellos al occidente. Éramos 30 personas, todos en burro, yendo a pelear en contra de los godos.
Nos demoramos varios días pa’ llegar al campamento liberal. Yo me mantenía cerca a Benjamín, y me dijeron que el general Salcedo Unda estaba allá. Al principio, había organización, y no teníamos casi armas. Había, pero como para una pequeña guerra. Éramos muchos, todos con caballo y con fusil en mano. Juan, el bogotano que vi unos meses atrás, estaba allá. Salcedo, que se llamaba Guadalupe, o eso me dijo Guillermo, un compañero de por allá, con su sombrero negro en la cabeza, y su caballo café, llamaba, con voz grave y demandante, a filas a todos nosotros. Empezó por dar la bienvenida a los nuevos, y a decir que estábamos listos pa’ partir al siguiente acto de justicia que haríamos. ¡No hay tiempo que perder! – nos dijo Salcedo – ¡Salgamos hacia la victoria!
Eran sabrosos esos días, hacíamos saqueos y emboscadas casi a diario, y sacábamos ese fusil pa’ darle tiros al que se nos interpusiera. Uno ama al Partido Liberal, y no dejaba que nadie le dijera otra cosa. Yo sabía cómo disparar carabinas, escopetas y revólveres, pero fusiles no. Allá uno aprendía a defenderse con el fusil. Eso era su compañero fiel, que lo protegía a uno. Hicimos muchas cosas, entre ellas una victoria importante en junio de 1952 en la que atacamos por sorpresa el campo de aviación que estaba guarnecido por el Ejército en Orocué, y dimos de baja a 15 soldados. Luego, en julio, participamos en lo que descubrimos era una gran pérdida para el Ejército Nacional.
Al principio, Salcedo nos explicó heroicamente lo importante que pa’ el liberalismo iba a ser el acto que haríamos. Si salimos con éxito – nos dijo – será una victoria más pa’ nuestros compatriotas. ¡Vamos a hacer historia! – expresó en voz alta, con aires del mismo sentimiento revolucionario de Gaitán. Guadalupe explicó que nos íbamos a reunir con el otro grupo cercano a la zona. En total seríamos poco más de 100 hombres, cada uno con sus armas y cabeza en alto. No teníamos por seguro qué acto de heroísmo nacional íbamos a hacer, pero amábamos al Partido Liberal, y eso era lo importante. Luego, Guadalupe informó que se iba a realizar una emboscada al ejército. Esta vez íbamos por El Turpial. El plan era fácil. Los soldados iban a arribar en camiones, y la idea era tomarlos por sorpresa para desalojarlos y ganar tierra, lo que hicimos. El 12 de julio de 1952, nos pusimos en posición. Algunos de nosotros estaríamos en la toma por sorpresa, o la primera parte, y otros en posición en los montes, o en la segunda, atentos a lo que sucediera. A mí me tocó la primera fase junto a Benjamín, Juan, Guadalupe y el general Hoyos, comandante del grupo al cual nos unimos. Luego, tal como lo planeamos, ocurrió. Tomamos los camiones en emboscada, tumbamos los primeros dos y después los otros cuatro. Hubo batallas cuerpo a cuerpo, y todo muy intenso, pero al fin y al cabo estábamos allí por una causa mayor. En un momento de la pelea, Hoyos recibió un balazo, el cual terminó dándole de baja. En un punto, unos soldados se retiraron hacia el monte, donde los otros compañeros los tomaron por sorpresa. ¿El resultado final? Desastroso para el Ejército Nacional: 2 oficiales, 12 suboficiales y 82 soldados resultaron muertos. Únicamente cuatro uniformados salieron ilesos, escaparon y comunicaron de lo sucedido. Efectivamente, hicimos historia. Ganamos tierra, armamento y tranquilidad por un pequeño lapso dentro de una gran guerra.
El general Rojas Pinilla, el del golpe de estado pacífico, mandó al general Duarte Blum pa’ que hablara con nosotros. Nos dijeron que estábamos a salvo, que acabáramos con esta vaina de matarse por la política. Luego, hicimos la entrega, divididos entre grupos, y vinieron todos a presenciar lo que se hacía. Luego disparamos cuanto cartucho y bala teníamos y dejamos los fusiles allá. Fue triste, porque el fusil pa’ uno era lo que le daba valentía y fuerza. Ya uno se había acostumbrado a tenerlo al lado. Me dijeron por ahí que a Salcedo lo tomaban por traidor, y que no tenía algunas cuentas arregladas.