Nunca; Jamás

Juanita Rivera Vélez, 12°A 

Alicia En El País De Las Maravillas

Érase algo que jamás fue, en un reino que nunca existió, una pintura que era real, en un mundo que no; elaborado por una joven anciana, ciega pero omnisciente, éste mostraba el ciclo de la inexistencia. Circunstancias imposibles que se repetían en patrón, y una presencia que abarcaba, ¿o tal vez mi imaginación? 

En aquellos días, en los que vivía el mañana antes que el ayer, paseaba por los jardines del mundo al revés; colores vibrantes nunca antes vistos se grababan detrás de mis párpados. Era yo una invitada especial del rey, cegada por las riquezas de aquella tierra.  Recuerdo ese día, porque, reflejada en el estanque, vi luz en sus ojos y oscuridad en su mirada. Sin saber quién era, le conocía de toda la vida. Aquella sensación de horrible benevolencia y piedad despiadada, la cual decían las leyendas que no recordaba haber escuchado. 

Le hablaba, pero ella no me respondía; estaba sumida pintando matices de dorado en el lienzo de la vida. Pintaba con los dedos, con las manos, con todo su ser; nadie estaba a su nivel. 

A pesar de que me quedé hasta el atardecer, hablando sobre los pensamientos fugaces de mi cabeza, una sola vez ella me miró. Bajo el escrutinio de esos ojos me sentí efímera, ante esa presencia infinita.  

Sonrió.  

Yo seguí con mi camino. Sabía que tenía que hacerlo, por alguna razón.  Mis pies me guiaron más allá del jardín de hermosas flores, al bosque, lleno de flora exótica. Setas de colores crecían exponencialmente a medida que continuaba mi camino, y un riachuelo plateado corría su camino. Los árboles me miraban, pero yo me sentía segura.  

Una sensación de ensueño se apoderó de mí al pasar una línea de piedras planas en el suelo fértil, y de repente unas ganas inexplicables de celebrar la vida me incitaron a festejar. Nunca me di cuenta de las otras luces bailando junto a mí, y pasaron siglos y siglos hasta que se me ocurrió salir del círculo.  

Jamás escuché el sonido de un cuchillo rasgar la piel, y nunca oí la sangre salpicar sobre el lienzo. No escuché los gritos de dolor en la marcha fúnebre del rey, y menos aún las manos ensangrentadas de ella, esa mujer que vi pintando el hilo de vida, rozando contra el dorado.  

Cuando regresé, cientos de años después, vi las ruinas de una civilización. En los restos del estanque en el jardín, la vi, aún pintando con sus manos, las verdaderas obras de arte, manchadas de rojo y dorado.  

Me sonrió. Y yo seguí con mi camino.  

FIN

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