Ana María Duque Echeverri 11°
Cada noche sale, solitaria oscura y vacía; pero siempre con una luz radiante que le da la habilidad de iluminar bosques, selvas y el planeta entero, siempre dando vueltas a través de la tierra, sin preocupaciones ni restricciones, ella en su propia atmósfera con sus pensamientos y emociones los cuales son desconocidos para los demás.
Todo continuaba en monotonía, un día pasa y ella vuelve a salir con el mismo propósito en cada noche, unas más radiantes que otras, pero siempre allí presente. Al momento, una luz fuerte más de la que ella nunca podría radiar llegó a su lado, opacando su luz escasa de una manera positiva, más que positiva un poco interesante. Dos polos opuestos complementándose para brindarle al mundo una vista inolvidable, una vista que simplemente genera magia.
Porque, aunque a ella no le gustaba su compañía, se sentía cómoda cuando el cielo los dejaba estar juntos. Ambos sabían que “Éramos tan distintos, tan opuestos, tan ajenos y ahí estaba la conexión, la coincidencia, lo que no teníamos en común” (Opuestos, somos poesía) Porque, aunque él radiaba con una gran energía que ella a pesar de los intentos no alcanzaba, amaba estar a su lado siempre y cuando se daba la ocasión.
Prueba que demuestra como es el amor, tan diferente, tan inconcluso y abstracto, lleno de sorpresas que termina siendo un gran misterio que ningún genio podrá descifrar, ya que a la final ambos no podrían estar juntos, el mundo los hizo para estar separados y tendrían que acomodarse a eso; siempre con la esperanza que el cielo les permitirá verse fijamente, él desde el este viéndola a ella radiar a su manera desde el oeste y es que si el sol y la luna fueron capaces de amarse con locura, el amor si podrá ser la cura.