Juanita Valencia Upegui 11
Si las tres de la mañana fuera una persona, no sería tímida y callada, tampoco sería la persona que se sienta al final de la clase. Su actitud sería alegre: intentando apagar su amarga tristeza con su personalidad explosiva.
Si la observaramos de cerca, podríamos acariciar su pena, pues la ha aprendido a ocultar bien. Ella misma desconoce el sufrimiento efímero que la envuelve cada noche y la libera cada mañana.
Las tres de la mañana no haría de su vida algo especial: dejaría que la rutina la consumiera, dejando de lado cualquier emoción o expectativa, sabiendo siempre lo que el futuro le aguarda. Siendo el personaje secundario de su propia existencia.
Si las tres de la mañana fuera una persona, sería ese amigo de todos, pero a la vez de nadie. Todos irían a buscarla cuando necesitan un consejo y ella sería la mejor dándolos; pero tan rápido recuerdan que existe, la olvidan. ¿Acaso ella no vale la pena? Es el doloroso pensamiento que circula continuamente en su cabeza.
No siempre recordaríamos a las tres de la mañana, aunque siempre esta ahí presente. Ella está esperando un mágico incidente que, de repente, cambie la monotonía por alegría.