Miguel Melo 12°B
Ahí estaba él, Pablo Morillo, con su mirada sádica sobre los fusiles y la espada de acero con tintes vino tintos apuntando a la cabeza que transpiraba coraje y valentía, cuando de repente los gatillos oxidados por el clima templado de la ciudad de Santafé de Bogotá fueron accionados. Caldas fue asesinado y con él, el sueño de la independencia en la Nueva Granada y la esperanza de la intelectualidad en toda Colombia.
Francisco José de Caldas y Tenorio, más conocido como “El Sabio” Caldas, fue un excelente científico, un biólogo excepcional, pero sobre todo un patriota en toda la extensión de la palabra, leal, osado y erudito. Nació en Popayán, bajo una familia burguesa que le proveyó todo lo que necesitaba y que le ofrecieron ser comerciante con los negocios familiares, pero a Caldas no le gustaban los negocios. Después le pusieron a estudiar derecho, aunque a Francisco no le gustó mucho la idea, lo que apasionaba al joven sabio era la naturaleza, la astronomía, la geografía, sobre todo le apasionaba la botánica, la botánica de este mundo poco conocido y así fue que decidió ser científico para catalogar, explorar y entender este mundo natural y se embarcó a una travesía larga y turbulenta, con maestros excepcionales, la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.
En esta cruzada a la cual se aventuró, conoció a dos maestros que le cambiarían la vida, José Celestino Mutis, un sacerdote, pero más que clérigo era un hombre de ciencia que le apasionaba el mundo natural y que ansiaba conocerlo, era un español un poco robusto, bastante canoso y definitivamente no era ignorante, era lo que hoy es conocido como un ratón de biblioteca. Tenía preguntas que solo los libros le podían responder, pero la pregunta de “¿Qué nueva fauna y flora habrá en el continente?” no la tenía ningún libro, por lo que se embarcó a tan esplendida aventura a la que el Sabio se unió. El otro gran pedagogo de Caldas fue un alemán que al igual que a él le entusiasmaba el naturalismo. También canoso, elegante, y con un porte algo presuntuoso, Alexander von Humboldt recorrió junto al Sabio y Mutis el territorio de la Nueva Granada. Estos tres personajes, junto con otros intelectuales e ilustrados, recorrieron frondosas selvas inhóspitas, y junglas vírgenes, donde encontraron plantas como el té de Bogotá, el bejuco, la nuez moscada, el anís, que no solo fueron perfectamente dibujados, ni específicamente catalogados, sino que se le descubrieron sus inherentes propiedades. En la travesía, el barón von Humboldt, experto en ornitología, retrato y clasificó más de cien especies nuevas de aves, Mutis trataba las plantas y las aplicaba a los expedicionarios para ver su reacción y sus propiedades y mientras tanto nuestro sabio, Caldas, atesoraba y clasificaba todo lo que se iban encontrando en el camino.
Regresando a Santafé de Bogotá Jose Celestino le tenía una grata sorpresa a Francisco, pues en nombre de la amistad y confianza forjada en el arduo recorrido, Mutis le nombró director del Observatorio de Santafé de Bogotá, el primer director. Allí investigaba los cosmos y trazaba sus movimientos, de día observaba detenidamente los organismos que había traído de la exploración en grandes frascos de vidrio, pero de noche era un sitio secreto para los independentistas, y Caldas como anfitrión conoció a Nariño y Torres. Todo debía quedar en un silencio espectral para que los guardias realistas no descubrieran que el Observatorio además de ser un lugar de ciencia, también era un lugar de política. Caldas, ansioso por la independencia se embarcó en otra aventura que sería decisiva para su vida: ser patriota.
Para los patriotas el Sabio era un punto de referencia importantísimo para la independencia, pues conocía de cartografía y geografía, comprendía el territorio y eso sería de gran ayuda, pues la Reconquista, un intento de recuperar la colonia, había llegado a Cartagena liderada por un militar español, Morillo, y la nueva república carecía de un ejército capaz de repeler el ataque del general. Los refuerzos de Lima y Quito, una ciudad realista hasta los tétanos, ya estaban por Pasto, un poblado que también era fiel al rey. Los patriotas guiados por nuestro científico, ahora un patriota, se dirigieron hacia Popayán donde el general Liborio Mejía tenía más soldados, cuando llegaron a la ciudad blanca con toques coloniales, Pablo Morillo ya estaba en camino hacia Santafé de Bogotá y Juan de Sámano, despiadado y cruel Virrey de la Nueva Granada, llevaba dos mil españoles hacia la ciudad blanca, el enfrentamiento era inevitable. El conflicto se libró en El Tambo, la lucha ya estaba perdida, el ejército realista, mejor preparado y sin nada por lo que luchar, arrasó al ejercito patriota, un ejército, si es que se puede decir así, sin armas mortales, pero con un sentimiento de independencia y emancipación que valía como mil ejércitos. Los sentimientos no ganaron la batalla y los españoles asesinaron brutalmente a los criollos, el general Liborio escapó con un puñado de hombres y Caldas, que en la batalla había servido para la preparación de la misma, también huyó.
Con solo su astucia y erudición decidió partir hacia otro lugar, el lugar donde iba a llegar no era lo importante, ahora lo que le tenía que preocupar más era llegar al puerto de Buenaventura, para estar seguro de salir del dominio español. Lamentablemente, Juan de Sámano destruyó y capturó Popayán antes de que Caldas llegara a Buenaventura, era demasiado tarde, los pasos de los realistas con las herraduras de sus caballos se escuchaban metros atrás, y apresaron a Caldas. El Sabio fue llevado hacia Santafé de Bogotá, donde le ajusticiarían.
Cuando estaba en el Colegio Mayor del Rosario, lugar donde estaba preso y los guardias realistas comenzaron a abrir las puertas de su celda, Caldas dibujó en su prisión en una pared la letra griega θ, como quien dice “Oh, larga y negra partida”. Mientras recorría el patíbulo largo y doloroso de la Plazuela de San Francisco, pidió misericordia y piedad en nombre de los descubrimientos que había realizado, Pablo Morillo con una sonrisa arrogante y altanera pronunció “España no necesita de sabios”. Con esta ignorante frase, un fusil, y Caldas esposado al fondo del cadalso, termina la generación de ilustrados e intelectuales que nuestro país necesita y necesitó pero que nunca regresó.