Globo de helio

Luciana Araque Uribe 8°A

Fuertes sonidos a la distancia fueron la razón por la cual me desperté a las 7:38 en la mañana de un domingo. Abrí mis ojos y los rayos de sol se encontraron con ellos como espadas de bronce, estaba cansado y fatigado pero la curiosidad de saber de   dónde provenían los sonidos detrás de mi puerta de madera pintada de blanco me dio fuerzas para levantarme y caminar silenciosamente por los fríos corredores de mi acogedora casa. Cada paso que daba era extremadamente cuidadoso, ya que no quería que mis padres me encontraran antes de hallar lo que estaba buscando. Al llegar cerca de la escalera se podía escuchar este sonido más claramente, oía gritos y llantos agudos que reflejaban la mayor tristeza que jamás había oído en mis pocos años de vida, una preocupación entró en mi pecho acompañado por confusión y terror, pero sin importar como me estuviera sintiendo bajé las escaleras silenciosamente para encontrarme con un chillido que provenía de la cocina; mis piernas temblorosas hicieron su mayor esfuerzo para cargar con mi peso y encontrar a mi madre inmersa en un mar de lágrimas, mi padre quien tenía una mirada tan oscura y triste como la noche, intentaba consolarla mientras acariciaba su suave cabellera tinturada de negro. Paralizado por esta situación, me quedé frente a ellos por unos pocos segundos. Ante mi presencia ambos intentaron reconstruirse, pero su intento fallido llevó a que una lágrima que no podría explicar,cayera sobre mi suave mejilla; al notar esto se pusieron de pie y me guardaron entre sus brazos sin decir palabra alguna, me cargaron y llevaron a mi habitación acariciándome en silencio. 

Entre lágrimas y melancolía, la ausencia de mi hermana llegó a mi mente. La curiosidad se estaba agrandando; ya que había sido una hora desde que  había abierto mis ojos y nadie parecía interesarse o preguntarse por ella.  

-¿Y mi hermana? -Pregunté en una voz suave, interrumpiendo rápidamente el helado silencio que rodeaba la habitación. Ante estas palabras las miradas de ambos se rompieron como una porcelana; supongo que entenderán por qué esto había ocurrido, pero a mis cinco años ese pensamiento no cruzó mi mente, me causaba intriga que sucedía, pero no imaginaba el final que tendría esta difícil conversación. En ese momento mis padres aclararon su voz y me miraron fijamente con ojos irritados y llorosos, me sentaron a su lado y me explicaron delicadamente cada pequeño detalle de lo que había sucedido. Ante estas palabras mis oídos quedaron sordos; mirando atrás después de estos numerosos años, me pregunto si en verdad no entendía o tan solo no me permitía hacer.

Mis ojos se convirtieron en una terrible tormenta antes de saberlo, gritaba sin explicación preguntando donde estaba y cuando llegaría, aunque ambos sabemos que ya conocía la respuesta. Mis papás agobiados por mi reacción, intentaron calmarme y abrazarme cuidadosamente, haciéndome comprender lo que había sucedido, mientras yo peleaba para que toda esta situación desapareciera. Después de varias horas en la misma posición, me calmé un poco y todo mi cuerpo se sentía cansado. Cerré mis ojos rápidamente y volví a abrirlos dos horas después con un gran vacío en la mitad de mi pecho. Un silencio ensordecedor se sentía en el ambiente por lo que levanté mi cuerpo con la poca energía que había recargado y me dirigí hacia la habitación de mis padres donde los encontré bañados y organizados, aunque con la misma mirada de desconsuelo que habían cargado toda la mañana; forzaron una sonrisa en su pálido rostro y dijeron que me tenían un regalo. Sin dudar en sus acciones me acerqué a ellos y abrí mis manos siguiendo sus instrucciones, me miraron profundamente y aunque tenían una sonrisa apagada me hacían sentir alivio y consuelo. Tras esto me entregaron un gran globo de helio amarillo el cual ilumino la habitación como un farol encendido; supongo que mi expresión mostraba la confusión que sentía en este momento; ya que se escuchó una débil risa acompañada de una invitación para visitar el pintoresco y colorido jardín que se encontraba en el piso de abajo. Caminamos sin hablar y dando cada paso suavemente, hasta que por fin alcanzamos nuestro destino. Allí cada uno me observó y se notaba en sus rostros una chispa de alegría. Con el globo envuelto entre mis manos entendí lo que debía que hacer; lo dejé ir.  

Mi mirada se alzó del suelo y en el más azul de los cielos, se pudo notar un pequeño circulo amarillo el cual cada vez se volvía más pequeño. Las miradas de mis padres se llenaron de lágrimas y cada uno de nosotros entendió lo que había sucedido; se había marchado, había volado lejos iluminando las nubes y cada esquina de todo el cielo; se había marchado y no la volveríamos a ver por un largo tiempo. 

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